Venus parte III
Esta entrada es la tercera y última parte del artículo sobre Venus, dentro de la serie El Sistema Solar. Si no lo has hecho aún, es recomendable que empieces leyendo la primera y la segunda parte antes de seguir.
En las dos primeras entregas del artículo nos acercamos a Venus para conocer sus movimientos, su atmósfera, su geología… es decir, su pasado y su presente. Hoy nos centraremos en su futuro: ¿por qué colonizarlo? ¿cómo adaptarnos a él, o adaptarlo a nosotros? Especularemos juntos sobre cómo hacer nuestro este infierno del Sistema Solar.
Recuerda que uno de los objetivos de los artículos de El Tamiz (tal vez el más importante) es hacer pensar – sí, puede que encuentres multitud de pegas en muchos de los métodos de colonización y terraformación que leas aquí (como en los de todas partes, por otro lado). El objetivo no es llegar a una solución definitiva, sino reflexionar juntos.
En primer lugar, ¿por qué gastar los enormes recursos que requeriría una colonización de Venus? Existen varias razones para hacerlo, algunas a menor plazo que otras. Al hablar de Mercuriomencionamos las razones por las que la existencia de una base permanente allí sería una idea excelente para obtener recursos del Sistema Solar interior: Mercurio puede ser una fuente de recursos minerales y energía. Venus podría ser mucho más.
La diferencia fundamental entre la colonización de Mercurio y Venus es la gran similitud –en algunos aspectos, como hemos visto– entre este planeta y la Tierra. Aunque la base de Mercurio fuese permanente, es improbable que sus habitantes lo fueran: serían científicos, ingenieros y técnicos que probablemente harían turnos para explotar los recursos minerales del planeta. Sería difícil que el pequeño planeta fuera un nuevo hogar para la humanidad. Venus sí puede serlo, aparte de tener recursos de los que también podemos aprovecharnos.
Mucha gente se pregunta por qué diablos vamos a buscar un nuevo hogar en el Sistema Solar: ¿es que no nos basta con la Tierra? Desde luego, a corto plazo no es probable que vayamos a ninguna parte, ni que podamos hacerlo tecnológicamente. La cuestión está en el medio y largo plazo, y no tanto en dejar la Tierra atrás (al menos mientras el Sol aguante) como en asegurar la supervivencia de la especie. Justo hace unos días hablábamos sobre la posibilidad de un “otoño nuclear”, que no destruiría la vida humana sobre la Tierra, aunque provocase mucho dolor y sufrimiento, pero el peligro de extinguirnos siempre estará ahí, nuclear o no.
Por un lado, somos un grupo de monos bastante agresivos, y siempre estamos peleándonos por algo (y si no estás de acuerdo con esto ven aquí y me lo dices a la cara, ¡a la cara!). Nuestra tecnología alcanzará en algún momento –si no lo ha hecho ya, algo que es discutible– la capacidad de matarnos a nosotros mismos como especie, y a partir de ese momento dependeremos únicamente de nuestra buena voluntad para no hacerlo. Y siendo los monos cascarrabias y envidiosos que somos, eso puede significar depender de algo muy endeble. Si habitásemos más de un planeta, una autodestrucción de este tipo seguiría siendo posible, pero mucho menos probable.
Por otro lado, no podemos descartar catástrofes naturales. Es posible que logremos predecir las que podrían extinguirnos como especie e incluso evitar algunas (como la colisión de un pequeño asteroide), pero dependemos de la probabilidad para sobrevivir en este aspecto. Una vez más, es posible que un cataclismo acabe con la vida en todo el Sistema Solar, pero mucho menos probable que si estamos todos juntos, apelotonados aquí en la Tierra. Es mejor no tener todos los huevos en la misma cesta.
Si no lo has hecho aún, te recomiendo encarecidamente que escuches la conferencia de Stephen Hawking sobre este asunto, como parte de la celebración del 50 aniversario de la NASA. Puedes encontrar la transcripción de la charla y vídeos aquí. En palabras del propio Hawking,
Habrá algunos que argumenten que sería mejor gastar nuestro dinero resolviendo los problemas de nuestro propio planeta […] No estoy negando la importancia de luchar contra el cambio climático ni el calentamiento global, pero podemos hacer eso y disponer aún de un 0,25% del PIB global para el espacio. ¿No vale nuestro futuro un 0,25%?
Es cierto que Venus ofrece algunas dificultades tremendas para su colonización como nuevo hogar de la humanidad: decir que colonizarlo es apropiarnos del infierno no es ninguna exageración. Tampoco sería inteligente negar que Marte es más fácil de colonizar en muchos aspectos (aunque, como veremos, no tanto de terraformar), y es probable que nos extendamos a ese planeta antes que a Venus… pero Venus tiene sus ventajas –algunas sutiles– y es posible evitar o amortiguar algunas de sus más infernales características.
La principal ventaja de nuestro vecino como posible hogar adicional de la humanidad es su gravedad: un 90% de la de la Tierra. Aunque hablaremos más sobre esto en el artículo correspondiente, todavía no estamos seguros de si la gravedad de Marte (alrededor de un tercio de la terrestre) será suficiente como para evitar la descalcificación de los huesos de sus posibles colonos. Es indudable que adaptarse a ella, en cualquier caso, sería difícil – pero ese problema no existe en Venus. De hecho, es el único lugar eventualmente habitable en el Sistema Solar cuya gravedad es tan parecida a la nuestra, y eso lo hace realmente especial.
Además, esa gravedad elevada se debe al tamaño y composición del planeta, muy parecidos a los de la Tierra: pensamos que allí podríamos encontrar recursos naturales similares a los de la Tierra. Colonizar Venus supondría casi duplicar la producción potencial de recursos naturales por parte de la humanidad, y tan cerca de nosotros como es físicamente posible en el Sistema Solar. Una vez iniciada la producción industrial allí, no haría falta transportar recursos naturales desde la Tierra, pero incluso cuando hubiera que hacerlo no sería tan costoso como alcanzar otros lugares del sistema. Y esta producción adicional sería una ayuda inestimable para colonizar el resto del Sistema y, algún día, otros sistemas estelares.
Desde luego, la idea de vivir en un lugar en el que el plomo se derrite, la presión es la equivalente a las profundidades del océano, no hay agua de ningún tipo ni oxígeno y las nubes son de ácido sulfúrico no es lo que llama precisamente a la colonización, pero no debemos subestimar nuestro ingenio. Somos monos cascarrabias y violentos, sí, pero también ingeniosos: cuando ponemos nuestra inteligencia a trabajar para crear en vez de para inventar nuevos modos de matarnos unos a otros logramos cosas sorprendentes.
Es cierto que la temperatura y la presión en la superficie de Venus son tremendas, pero en las capas altas de la atmósfera esto no es así. A unos 50 km del suelo, la temperatura y la presión son prácticamente las mismas que sobre la superficie de la Tierra. Mientras que la superficie de Venus es un infierno, las capas altas de su atmósfera son, en muchos aspectos, un paraíso – especialmente en el aspecto energético.
Piensa que a 50 km de altitud, aunque desde luego dentro de la atmósfera del planeta, estaríamos por encima de la mayor parte de las nubes, con lo que la radiación solar llegaría con una enorme intensidad. Lo curioso es que el suelo es oscuro y caliente, pero esa capa atmosférica es luminosa y fresca, debido a la menor presión. Desde luego, no querrías estar expuesto a esa radiación – la temperatura del aire puede no ser muy grande, pero te achicharrarías y probablemente desarrollarías cáncer muy rápido.
Las razones de eso son dos: por un lado, evidentemente estás por encima del 99% de la atmósfera y no hay quien te proteja de las radiaciones solares más “duras”. Pero además hay que recordar que Venus está más cerca del Sol que la Tierra, y que la intensidad de la radiación solar disminuye más o menos de forma cuadrática con la distancia a la estrella: los 100 Mkm de radio de la órbita de Venus comparados con los 150 Mkm de la nuestra hacen que la constante solar en la cima de la atmósfera de Venus sea prácticamente el doble que en el caso de la Tierra.
Con lo que sobre la cima de las nubes de Venus tenemos unas condiciones de presión y temperatura casi idénticas a las de la Tierra y una forma muy fácil de obtener energía. Desde luego, sigue habiendo problemas: hace falta sostener lo que quiera que construyamos a esa altura y, aunque la temperatura y la presión sean parecidas, no hay oxígeno que respirar (recuerda que la atmósfera del planeta es básicamente CO2). Además, aunque la mayor parte de las nubes estén por debajo, sigue habiendo óxidos de azufre y ácido sulfúrico – hace falta protegerse de ellos.
La propia naturaleza de la atmósfera de Venus es la respuesta al primer problema. Como ha sugerido el genial físico, ingeniero y escritor de ciencia-ficción George Landis, simplemente tenemos que construir ciudades flotantes en el interior de globos llenos de aire. ¿Suena como una idea estúpida? Espera a leer los detalles.
En primer lugar, lo que es igual allí arriba que en la atmósfera terrestre que respiramos son la presión y la temperatura, no la densidad. El dióxido de carbono es bastante más denso que el aire que respiramos. Si llenaras una enorme esfera de aire como el que estás respirando ahora mismo y la soltaras a 50 km sobre la superficie de Venus, ¡flotaría! El aire que respiramos no tendría una flotabilidad tan grande como la del helio en la Tierra, pero tiene una densidad del 60% respecto a la atmósfera de nuestro vecino a esa altitud.
De modo que ¿qué hace falta para mantener nuestras colonias flotantes a esta altura? Nada – el propio aire que respiraríamos se encargaría de ello. Además, puede parecer que algo así sería enormemente peligroso, pues los globos podrían reventar y el aire escaparía a enorme velocidad… pero esto tampoco pasaría, porque la presión en el interior de los globos sería exactamente la misma que en el exterior. Si hubiera algún tipo de grieta o agujero el gas de dentro y el de fuera se irían mezclando lentamente, lo que permitiría reparar los daños antes de que la cosa se pusiera demasiado mal. Evidentemente, si entrase demasiado dióxido de carbono todo el mundo moriría y la ciudad se hundiría lentamente, pero esto sucedería tan despacio que sería difícil que llegase a esos extremos.
Naturalmente, hace falta obtener oxígeno molecular de algún modo (el N2 ya existe en cantidad en la atmósfera de Venus), pero hacerlo no sería demasiado complicado y nos reportaría otro beneficio. Recuerda que la intensidad de la radiación solar es enorme a esa altitud, y además viene de todas partes: al estar por encima de la capa de nubes, los paneles solares que apuntasen hacia abajo recibirían una gran cantidad de radiación reflejada en las nubes (que tienen un albedo del 65%), ni qué decir tiene los que apuntaran al Sol. Tendríamos ingentes cantidades de radiación solar… ¡y estaríamos flotando en un océano de dióxido de carbono!
No haría falta más que disociar el carbono del oxígeno (mediante la fotosíntesis natural o la artificial) para obtener oxígeno que respirar por un lado y carbono por el otro. Carbono con el que construir estructuras como nanotubos, láminas de grafeno y (si se trata de la fotosíntesis natural) para producir nutrientes para la colonia. En este último caso haría falta un aporte de hidrógeno, lo que sería un problema si el proceso fuera a gran escala, pero de eso hablaremos dentro de un rato.
Finalmente, a esa altitud los vientos son fuertes pero constantes y apenas hay turbulencia: las colonias se desplazarían a gran velocidad sobre el planeta, pero no serían bamboleadas a uno y otro lado, pues el flujo de aire es suave. De hecho, la velocidad de los vientos haría que dieran vueltas al planeta a un ritmo no demasiado diferente del del día y la noche terrestres: como recordarás, los días en Venus duran meses, pero para estos colonos el Sol (que podrían ver perfectamente desde dentro, aunque probablemente protegidos de la radiación más energética) saldría y se pondría casi como en la Tierra.
No es que todo esto vaya a ser fácil si lo intentamos – hace falta construir globos de material suficientemente resistente al ácido sulfúrico, por ejemplo, y de un tamaño que compense suficientemente el peso de la colonia que hubiera dentro. Pero lo bueno del sistema es que es muy fácilmente escalable: puede tenerse una pequeña colonia con unos cuantos paneles solares, que se extienda a sí misma produciendo el aire necesario y la estructura que la sustenta poco a poco, a base de estructuras de grafeno y nanotubos. Una vez ha alcanzado un tamaño suficiente puede emplearse su capacidad de producción para crear otra, y estas dos pueden hacer lo mismo… La cosa suena a locura, pero podría funcionar una vez que nuestra tecnología haya avanzado lo suficiente.
Al final, ¿quién sabe? Lo mismo nos encontramos con Ciudades de las Nubes como en Bespin, y Lando Calrissian se convierte en gobernador de Venus, y… pero me estoy emocionando.
Lo que parece probable es que, de colonizar Venus con población permanente, lo haremos ahí arriba y no en el “infierno”. Es también muy probable que tengamos empresas mineras obteniendo materias primas de la superficie hostil, pero dudoso que haya gente viviendo ahí abajo de manera permanente – científicos, ingenieros y técnicos, como en Mercurio, pero nada más. Probablemente gran parte de la maquinaria sea automática y no requiera la presencia constante de seres humanos. No envidio a quienes tengan que trabajar ahí abajo: la presión es tan enorme que cualquier grieta sí supondría la muerte segura.
Ni siquiera es descabellado pensar que se utilice la enorme densidad de la atmósfera de Venus para hacer llegar esas materias primas a los hábitats sobre las nubes: la flotabilidad de casi cualquier cosa es enorme, con lo que –si se construyeran carcasas suficientemente resistentes, que no reventasen al ascender– podrían mandarse globos hacia arriba con la valiosa carga, con la densidad adecuada para mantenerse a una altitud parecida a la de las ciudades de las nubes, desde las que podríamos recogerla y utilizar los materiales para seguir expandiéndonos ahí arriba, o mandarlos a la Tierra u otros planetas.
Pero las posibilidades de estas ciudades flotantes no acaban ahí: son una de las posibles soluciones para terraformar Venus, es decir, para transformarlo en algo mucho más similar a la Tierra, de modo que pudiera vivirse sobre su superficie y no sólo en la cima de las nubes.
Terraformar Venus requeriría, por un lado, modificar la composición atmosférica para que fuera más parecida a la de nuestro planeta; por otro, disminuir la temperatura en la superficie hasta valores aceptables para nosotros. Además, haría falta que hubiera agua abundante (recuerda que apenas existe vapor de agua en la atmósfera del planeta), y si pudiera ser, aumentar la velocidad de rotación para que cada día fuera más parecido al de la Tierra, o al menos proporcionar luz y oscuridad a un ritmo similar al de nuestro planeta.
Algunos de estos objetivos pueden lograrse, hasta cierto punto, mediante las ciudades de las nubes: su constante absorción de energía solar haría que ésta no llegase al suelo, con lo que la temperatura disminuiría continuamente. Eso sí, como todo lo que se derivase de estas colonias flotantes, para afectar al planeta de forma global haría falta que hubiera una cantidad inmensa de estas colonias flotando en las nubes: dar sombra a unos pocos kilómetros cuadrados no va a cambiar nada.
Pero lo que es indudable es que las ciudades flotantes aumentarían su consumo energético según crecieran y aumentase su número, negándoselo al suelo. Al mismo tiempo reducirían el contenido de CO2 de la atmósfera, convirtiéndolo en carbono y oxígeno. Desde luego, en principio este oxígeno se utilizaría para respirar, pero podría también liberarse en la atmósfera de modo que lentamente fuera reemplazando al otro gas. Desgraciadamente este sistema no disminuiría la presión, pero lograría algunos de los requisitos de la terraformación. Desde luego, la cantidad total de carbono atmosférico en Venus es de unos 100.000.000.000.000.000.000 kg (1020 kg), y secuestrar la mayor parte es una tarea hercúlea.
El problema principal de este método es que la propia existencia de las ciudades de las nubes necesitade la atmósfera de Venus tal y como es. Si las ciudades fueran alterándola tanto que se notara de forma global, eso querría decir que hay un número gigantesco de ellas… ¿qué sucedería con ellas según la atmósfera perdiera el dióxido de carbono y se fuera enfriando? Probablemente tuvieran que ir descendiendo en la atmósfera, y llegaría un momento en el que tendrían que ser evacuadas: tendríamos que elegir entre colonizar las nubes o el suelo.
Pero existen otras formas de terraformar el planeta (desde luego, todas ellas conllevarían la desaparición de esas ciudades flotantes, al reducir la presión y la temperatura, además de modificar la composición atmosférica). Una de las primeras fue sugerida por Carl Sagan: la introducción en la atmósfera venusiana de bacterias modificadas genéticamente para secuestrar el carbono atmosférico y fabricar con él materia orgánica. Lamentablemente, la idea de Sagan no puede funcionar porque ese proceso requiere un aporte muy grande de hidrógeno, y este elemento apenas existe en la atmósfera de Venus.
Y precisamente introducir hidrógeno en la atmósfera es otra posible solución al problema, y en ese caso ni siquiera hace falta ninguna bacteria. La reacción de Bosch eliminaría el CO2, produciendo en su lugar carbono puro sólido y agua:
CO2 + 2 H2 → C + 2 H2O
Aunque se trata de una reacción exotérmica, los productos son un sólido y un líquido, de modo que el aumento de temperatura inicial sería compensado tarde o temprano por la enorme disminución de presión (pues se licuaría y solidificaría una gran parte de la atmósfera), unida a la disminución del tremendo efecto invernadero causado por el dióxido de carbono.
Naturalmente, haría falta introducir cantidades monstruosas de hidrógeno en la atmósfera de Venus, y relativamente rápido (antes de que que pudiera escapar al espacio debido a su pequeña densidad). Esto podría hacerse trayendo el hidrógeno desde alguno de los gigantes gaseosos, o transportando agua al planeta (en un par de párrafos hablaremos sobre cómo hacerlo) y luego realizando la electrólisis para obtener el hidrógeno. Recuerda que la cantidad de energía solar disponible es tremenda, con lo que la electrólisis sería un método bastante eficaz.
Por otra parte, el resultado sería por una parte una gran cantidad de agua –lo cual es conveniente– pero también significaría cubrir la superficie del planeta de carbono sólido, muy probablemente en forma de grafito, lo que puede no ser tan conveniente. Como en todas las soluciones de las que estamos hablando, el problema es fundamentalmente la escala: la cantidad de carbono es tan enorme que no es fácil deshacerse de él de una forma que no moleste de un modo u otro.
Otras reacciones químicas que servirían serían las que se producen entre algunos metales alcalino-térreos, como el calcio y el magnesio, con el dióxido de carbono, formando carbonatos de calcio y magnesio. Se trata de reacciones sencillas y bien conocidas, pero el problema es, una vez más, la escala. Se calcula que para librarse de suficiente CO2 haría falta una masa metálica equivalente más o menos a la de Ceres, el asteroide más grande del cinturón de asteroides… que, por supuesto, no está compuesto únicamente de estos metales.
El transporte de agua hasta Venus, necesario salvo que se lleve hidrógeno y se realice la reacción de Bosch para producirla in situ, requeriría llevar hasta allí algún objeto del sistema solar exterior, como alguna de las pequeñas lunas heladas de Saturno, o incluso algún objeto helado transneptuniano. No haría falta más que enviar el cuerpo en una trayectoria de impacto contra Venus, y las elevadas temperaturas derretirían el hielo en un santiamén. Desde luego, salvo que lográsemos antes o después disminuir la temperatura y librarnos del dióxido de carbono, no habría océanos sino simplemente mucho vapor de agua en la atmósfera: haría falta enfriarlo para que lloviese y formase océanos.
Y precisamente el enfriamiento es otra de las soluciones que se han propuesto para librarse del CO2. En 1991, Paul Birch publicó un excelente artículo en el Journal of the British Interplanetary Societytitulado “Terraforming Venus quickly” (“Terraformación rápida de Venus”), en el que sugería eliminar el dióxido de carbono de la atmósfera enfriándola, lo cual también disminuiría su presión. Llegado el momento en el que se alcanzase el punto triple del CO2, este compuesto empezaría a depositarse en forma de hielo seco en la superficie del planeta. Naturalmente, por un lado haría falta diseñar un sistema que alcanzase una temperatura tan baja (está bastante por debajo de cero grados centígrados), y por otro necesitaríamos librarnos de todo ese hielo seco antes de elevar la temperatura de nuevo a valores aceptables para nosotros.
¿Cómo lograr ese enfriamiento directo? Diversas soluciones se han propuesto también para este problema. Ya hemos mencionado como las ciudades de las nubes podrían reducir la intensidad de la radiación en el suelo, pero muy poco salvo que fueran muchas. Existen sistemas más eficaces para esto: por ejemplo, situar una enorme “sombrilla” en el punto de Lagrange L1 entre Venus y el Sol, de modo que orbitase ahí de forma estacionaria respecto al planeta, disminuyendo la cantidad de radiación que le llega y, por tanto, su temperatura. Una vez más, con nuestra tecnología actual el problema es la escala: para dar sombra a Venus entero, una sombrilla situada en L1 tendría que tener un diámetro cuatro veces más grande que el propio planeta. ¡Menudo pedazo de sombrilla!
Además, un objeto de ese tamaño pero sin mucha masa –y la súper-sombrilla probablemente no la tendría para su superficie– se convertiría, al detener la radiación solar, en una vela solar gigantesca, con lo que sería difícil mantenerla estacionaria en el punto de Lagrange: la presión de la radiación y el viento solar irían empujándola hacia el planeta.
El propio Birch, en el mismo artículo enlazado arriba, propone una solución alternativa: un conjunto de espejos en el mismo punto L1, formando una especie de “persiana” de muchas capas. El primer espejo estaría inclinado 30 respecto a la radiación incidente, y cada espejo iría reflejando la radiación sobre el siguiente, inclinado un ángulo un poco mayor, de modo que al salir del sistema de espejos la luz se hubiera desviado lo suficiente como para evitar al planeta. La radiación no sería absorbida sino desviada hacia los lados, con lo que la presión se produciría en dos sentidos opuestos y lo único que haría sería tratar de separar unos espejos de otros. Con una estructura suficientemente resistente el sistema de espejos apenas sufriría presión hacia el planeta.
También se ha propuesto la posibilidad de ir llevando polvo y rocas y poniéndolos en órbita alrededor de Venus. Los problemas son dos, y creo que a estas alturas ya podrás adivinarlos: la cantidad de material que haría falta llevar hasta allí y poner en órbita, y qué demonios hacemos con todo eso una vez que ha servido su propósito (pues sería un verdadero problema para el transporte entre el espacio y la superficie del planeta).
Aunque no sea un factor tan importante como el agua, el aire o la temperatura, la rotación de Venus sería un problema de adaptación para los posibles colonos: “días” que durasen meses enteros no serían cómodos. Sin embargo, modificar la rotación de Venus requiere también escalas energéticas tremendas. Haría falta utilizar varios asteroides de un tamaño decente, diseñando sus órbitas de modo que su acción gravitatoria combinada fuera poco a poco acelerando la rotación del planeta, pero esto requeriría muchísimo tiempo y una tecnología muy alejada de la nuestra.
Parece más factible simplemente resignarse a vivir con luz artificial o bloqueando la luz solar, según sea de día o de noche en el planeta, o bien utilizar grandes espejos y parasoles orbitales que lleven la luz (o la absorban) en unos lugares u otros. Dependiendo de cuántos hubiera y dónde estuvieran situados (recuerda que a mayor altura más tiempo se tarda en dar una vuelta en órbita) podría lograrse que en algunas zonas del planeta hubiera luz y oscuridad con períodos de 24 horas, aunque no de forma global.
Al principio, cuando la atmósfera fuera reciente, no sería conveniente salir durante el día: la radiación ultravioleta del Sol te abrasaría sin remisión. Sin embargo, una vez que la atmósfera de Venus tuviera una composición similar a la de la Tierra el propio Sol iría generando una capa de ozono que protegiera la superficie de esa radiación.
Pero otro problema tiene que ver con el campo magnético. Aunque no solemos pensar en él como una parte esencial de lo que hace de la Tierra y de nuestra vida lo que son, tiene una enorme importancia. Como probablemente sabes, el campo magnético terrestre actúa de “escudo” contra las partículas cargadas de gran energía que llegan a nuestro planeta desde el espacio – partículas que serían enormemente dañinas para nosotros si pudieran alcanzarnos. Pero, como mencionamos en la segunda parte del artículo, el campo magnético de Venus es muy débil, con lo que los colonos no tendrían esa protección.
La solución puede ser de pequeño o de gran tamaño: podrían mantenerse campos magnéticos de pequeña escala que protegiesen cada ciudad o hábitat (flotante o no), o podría crearse un campo magnético global que protegiese al planeta entero.
La primera solución tendría el problema de que, para curvar lo suficiente la trayectoria de las partículas incidentes en una distancia tan corta, harían falta campos muy intensos (el de la Tierra puede protegernos porque actúa durante distancias muy grandes, curvando poco a poco la trayectoria de las partículas), y aunque nuestro cuerpo probablemente no sufriría daño por esto, los metales de las colonias “magnéticas” serían un auténtico quebradero de cabeza. Además, sería peligroso abandonar las zonas protegidas sin algún tipo de escudo adicional.
La segunda solución repite, una vez más, el inconveniente del que hemos hablado antes: la escala. Harían falta cables superconductores que recorriesen distancias enormes por el planeta, y las materias primas necesarias para construirlos, además de la energía eléctrica constante requerida para mantener un campo magnético de dimensiones planetarias, son de una magnitud mastodóntica. La única opción adicional –ya que nos ponemos a pensar en esta escala– sería alterar la dinámica interna del planeta, produciendo de algún modo una dinamo en el núcleo similar a la de nuestro planeta.
En cualquier caso, si lográsemos modificar las condiciones del planeta de modo que la atmósfera se asemejase más a la nuestra y pudiera haber agua líquida, Venus se convertiría finalmente en el verdadero gemelo de la Tierra, aunque no serían idénticos. La geología de Venus es la que es, como recordarás de la entrega anterior de este artículo: es un planeta muy liso. Si llevásemos agua al planeta, incluso aunque fuera bastante menos volumen que el de los océanos terrestres, una gran cantidad de superficie estaría cubierta de agua muy rápido – con tan sólo el 10% del agua que hay en la Tierra se cubriría un 80% de la superficie de Venus.
Desde luego, se trataría al principio de océanos de agua dulce y con una profundidad muy pequeña, y habría otras diferencias con nuestro planeta. El Sol sería más grande en el cielo, y no habría Luna. Los días durarían meses, y no habría estaciones. Y a veces, por la noche, se vería un objeto brillante en el firmamento libre de sus nubes de ácido sulfúrico, el objeto más brillante de todos después del Sol: la Tierra.
En la próxima entrega de la serie hablaremos sobre el tercer planeta del Sistema Solar: la Tierra.
_________ Tomado de: Pedro Gómez-Esteban González. (2009). El Tamiz. Recuperado de: https://eltamiz.com/el-sistema-solar/