El Sistema Solar – Encélado
Dentro de la serie sobre el Sistema Solar llevamos ya bastante tiempo –¡y el que nos queda!– inmersos en el subsistema saturniano, un maremágnum de lunas grandes y pequeñas sumergidas en un mar de fragmentos de hielo. En la última entrega de la serie conocimos el primero de los siete grandes satélites de Saturno, Mimas, la “estrella de la muerte”. Hoy haremos lo propio con la segunda gran luna, Encélado.
Dado que seguimos muy cerca de Saturno, a unos 1 400 millones de kilómetros del Sol, la intensidad luminosa de la estrella es minúscula y nos encontramos en un mundo gélido: todas las lunas de Saturno son muy frías. La de hoy, sin embargo, es especial: es la más fría de todas –a su tiempo veremos por qué–, pero a la vez tiene partes calientes sin la intervención del Sol, y este contraste la hace interesantísima. Es uno de esos lugares cuyo paisaje sugiere escenas de ciencia-ficción: ¿imaginas una nave atravesando nubes de gas y polvo emitidas por grietas siseantes en la superficie de un satélite? Pues no tienes que imaginarlo, porque Cassini ha vivido esa escena.
Es uno de esos cuerpos del Sistema Solar del que mi generación –no digamos ya los mayores que yo– apenas aprendió nada en el colegio, porque como veremos no sabíamos prácticamente nada sobre ella. Hubo un primer brote de información en los 80 y, sobre todo, una auténtica “explosión de datos” hace muy pocos años… de modo que, si tienes paciencia, conozcamos juntos ese paisaje de maravilla.
El primero en observar este satélite fascinante fue Sir Frederick William Herschel, el 28 de agosto de 1789, el mismo año que descubrió Mimas. La razón de esta coincidencia es fácil de explicar, y de ella hablamos en el artículo sobre Mimas: Herschel disponía en esa época del telescopio más potente del mundo, y el más poderoso construido por el ser humano hasta entonces. Se trataba de un monstruo de cuatro pisos de altura fabricado en 1787, y su espejo reflector tenía 1,26 metros de diámetro y pesaba cientos de kilos.
Incluso con su magnífico telescopio, Herschel sólo pudo vislumbrar Encélado como un punto brillante, y esto únicamente cuando los anillos de Saturno estaban justo “de filo” vistos desde la Tierra; de otra manera el propio reflejo de la luz solar en los anillos hacía imposible ver las pequeñas lunas cercanas al planeta. El nombre otorgado a la nueva luna –cuando tuvo nombre, claro– fue el de uno de los Gigantes, como sucedió con Mimas.
El Encélado mitológico fue derrotado por Atenea en la guerra entre los dioses olímpicos y los gigantes, y luego fue enterrado en Sicilia, justo debajo del Etna. De acuerdo con la historia, las erupciones volcánicas del Etna no son más que el aliento ígneo de Encélado, y dentro de un rato verás por qué diablos me detengo en la mitología del personaje. Cuando lleguemos a la razón, recuerda que el nombre es muy anterior a que supiéramos lo más mínimo sobre lo que hace especial a esta luna.
El caso es que, aunque incapaz de ver estructura interna alguna, observando el satélite durante un tiempo Herschel pudo determinar las características básicas de su órbita. Encélado orbita Saturno a una distancia de unos 238 000 km y tarda unas 33 horas en dar una vuelta al planeta. Dicho en términos astronómicos, está prácticamente abrazado a Saturno y da vueltas a su alrededor a un ritmo frenético.
De hecho, cuando conozcamos otros satélites saturnianos más lejanos que éste veremos que los descubrimos mucho antes que éste: las lunas más alejadas se ven mucho más fácilmente, ya que se distinguen separadas de Saturno y sus anillos. No hace falta un monstruo de telescopio como el de Herschel, por ejemplo, para ver Dione, pero sí para vislumbrar Encélado.
Este satélite tiene una resonancia 2:1 con esa luna más exterior –y, como he dicho antes, conocida desde mucho antes de Encélado–: Dione, de la que hablaremos en su momento en esta misma serie. Esto significa, si eres nuevo por aquí, que Dione tarda el doble que Encélado en dar una vuelta a Saturno. Esta resonancia hace que la órbita de Encélado, a pesar de ser muy cercana a Saturno, no sea circular sino que tenga una excentricidad razonablemente grande, lo que significa –y esto resultará importante después– que Encélado se acerca y se aleja respecto a Saturnoen cada vuelta.
Durante unos doscientos años no supimos mucho más sobre Encélado, dado su pequeño tamaño teniendo en cuenta la distancia hasta él. Sí pudimos, según avanzaron los telescopios, tener una idea sobre su albedo –el porcentaje de luz que refleja–, que es nada más y nada menos que del 99%, uno de los más altos en todo el Sistema Solar. Sí, Encélado es casi absolutamente blanco, y eso da mucho que pensar, sobre todo si tenemos en cuenta lo “sucio” que es el espacio que rodea los planetas: tal cantidad de trozos de roca y de polvo hacen que, a lo largo del tiempo, la superficie de los satélites se vaya ensuciando y volviéndose oscura incluso si eran originalmente de hielo.
De modo que desde el principio los astrónomos sabían que Encélado era peculiar: su blancura prístina tenía que deberse a algo. Pero, como digo, nuestros telescopios simplemente no eran capaces de ver nada más allá de un disco blanco. Hacía falta, como tantas otras veces, llegar hasta allí, y eso es precisamente lo que hicimos.
En 1980, ciento noventa y un años después de que Sir William Herschel lo viera por primera vez a una distancia de unos 1 400 000 000 km, la sonda Voyager 1 se acercó hasta 200 000 km de la superficie de Encélado. Los ojos de Voyager 1 vieron una superficie que no sólo era blanquísima, como ya sabíamos, sino que además era en algunas regiones mucho más lisa de lo lógico para un cuerpo tan antiguo como debía ser la luna.
Cuando Voyager 2 se acercó aún más en 1981, a tan sólo 87 000 km del satélite, nos regaló con fotografías maravillosas de su superficie, en las que se diferenciaban claramente regiones con cráteres de impacto –lo normal– con otras que apenas tenían cráteres, algo muy extraño. Los accidentes geográficos de Encélado, por cierto, reciben nombres de Las mil y una noches, de modo que en la foto de arriba puedes ver los surcos de Samarkanda y los cráteres de Alí Babá y Aladino (pero luego te los mostraré en fotos mejores para que puedas identificarlos y recordarlos mejor).
Respecto a masa y tamaño, a pesar de ser una de las lunas principales de Saturno, Encélado es muy modestita –no tiene comparación, por ejemplo, con Titán, pero es que ese nombre le viene al pelo–. Tiene unos 250 kilómetros de radio y una masa de unos 1020 kg. Ya sé que esto, dicho así, es difícil de asimilar, pero puedes comprar esos datos con los de nuestra propia Luna: 1 700 km de radio y 7,3·1022 kg (unas setecientas veces más masiva que Encélado).
Comparada con la superficie de Mimas, que tiene una apariencia muy vieja, llena de cráteres por todas partes, la tersura de algunas regiones de Encélado nos resultó sorprendente. Existen otras lunas con superficies jóvenes en el Sistema Solar, como Ío, pero como vimos al hablar de aquel satélite de Júpiter, la razón es la intensa actividad volcánica que cubre la superficie con lava de manera regular, tapando los cráteres y haciendo una especie de liftingperiódico a la luna. ¡Pero Encélado está muchísimo más fría que Ío! La superficie de este pequeño Gigante está a unos -200 °C de media.
Por otro lado, los datos recogidos por las dos Voyager sí sugerían actividad de algún tipo en Encélado. Como dijimos al hablar de los anillos, el anillo E empieza a unos 180 000 km de Saturno y se extiende muy lejos, además de tener un grosor mucho mayor que los más interiores (sobre todo más allá de Encélado). Bien, este anillo está formado por partículas de hielo de tamaño microscópico, y su densidad parecía más grande –¡sorpresa!– cerca de Encélado.
Nuestra hipótesis más aceptada tras el paso de las dos Voyager, por lo tanto, era que Encélado era probablemente el responsable principal de la existencia del anillo E. Para que esto fuera posible, naturalmente, era necesario que existiera actividad volcánica en la luna, a pesar de que las Voyager no detectaron ninguna. En resumen, un misterio interesante, por lo que no debería resultar sorprendente que, cuando Cassini entró en escena, su trayectoria estuviera calculada para realizar unas cuantas pasadas cerca de Encélado – y cuando digo “cerca” lo digo de verdad. Si recuerdas, Voyager 2 pasó a unos 87 000 km de la superficie… bien, Cassini pasó a 50 km. Como puedes imaginar, la cantidad de datos que Cassini envió a casa –y, seamos sinceros, la retahíla de fotos que nos hacen babear a ti y a mí– fue apabullante.
Tras las imágenes de Cassini no hubo absolutamente la menor duda de que existe actividad en Encélado, porque pudimos verla delante de nuestras narices. Para muestra, un botón:
El material emitido por esos penachos volcánicos era el responsable de la “juventud” de gran parte de la superficie de Encélado, así como probablemente de la mayoría del material del anillo E. Pero, antes de volver a estos misteriosos penachos en un objeto tan frío, hablemos sobre los aspectos básicos de la luna que conocimos gracias a la llegada de Cassini.
Como bien nos habían mostrado las Voyager, se trata de un satélite tan blanco como la nieve recién caída –porque eso es precisamente lo que es en gran parte–. Tanto es así que la temperatura sobre su superficie es la más baja de todos los satélites de Saturno: por pequeña que sea la intensidad de la radiación solar a esta distancia de la estrella, las superficies se calientan ligeramente al absorberla. Sin embargo, la nieve que cubre la mayor parte de Encélado es tan blanca que apenas absorbe luz.
La superficie del satélite es muy diferente dependiendo de la región de que se trate, tanto que parecen lunas distintas según dónde mires; es posible distinguir varios tipos de terreno muy fáciles de reconocer.
Una parte es la típica de una luna sin atmósfera –como veremos luego, Encélado la tiene, pero tan tenue que nunca podría detener impactos de asteroides–: cráteres de impacto de distintos tamaños. Los dos más impresionantes, en parte por estar juntos, son los de Aladino y Alí Babá (como dijimos antes, los nombres de los accidentes geográficos de Encélado son referencias a Las mil y una noches). Para distinguir uno de otro, Alí Babá es más irregular y Aladino tiene un montículo central mejor definido. Puedes verlos en la foto de arriba justo sobre el terminador –la línea que separa día de noche–, o más grandes en la siguiente:
Como digo, los cráteres son bastante típicos. En muchos casos, como en los dos de arriba, al tratarse de una superficie relativamente viscosa y blanda –una mezcla de nieve y hielo–, con el tiempo muchos cráteres se van deformando de un modo que no sucede en las lunas rocosas, pero esto no fue ninguna sorpresa. Este tipo de lunas de hielo es muy común a esta enorme distancia del Sol. La sorpresa resultó ser que no toda la luna tiene estos cráteres.
Otras regiones presentan profundos surcos –el nombre en latín es sulci, del singular sulcus–, como los de Labtayt que atraviesan la siguiente imagen más o menos de izquierda a derecha:
Si recuerdas el artículo sobre Europa, aquella luna de Júpiter también presentaba “cicatrices” en forma de grietas, debidas a procesos internos, de aspecto diferente a los sulci de Encélado. Además, como también espero que recuerdes, la superficie de Europa estaba cubierta de hielo, mientras que la de Encélado es fundamentalmente nieve pulverizada, lo que explica en parte la diferencia de aspecto a pesar de la similitud en la existencia de grietas.
En cualquier caso, la apariencia de los surcos es suficientemente similar a la de las grietas de Europa como para sugerir procesos tectónicos como responsables. Además, en la misma foto de arriba puedes ver otra estructura de origen muy probablemente interno, justo lo contrario de los sulci: dorsales elevadas, como cordilleras montañosas de hielo. En la foto de antes puedes ver las dorsales de Cufa abajo a la izquierda. Los surcos seguramente indican regiones en las que dos placas se están separando, mientras que las dorsales pueden señalar exactamente lo contrario.
Además de las regiones con cráteres y las surcadas por sulci o dorsales, también existen en Encélado llanuras con una ausencia casi total de cráteres. Estas llanuras se presentan normalmente entre surcos o dorsales, y su tersura indica una gran juventud –astronómicamente hablando, por supuesto–, ya que un par de cientos de millones de años llevan inevitablemente a la aparición de multitud de cráteres grandes y pequeños.
Sin embargo, las llanuras como la de Sarandib no son las regiones más jóvenes de Encélado, ni tampoco las más interesantes que descubrió Cassini. La parte más fascinante de la luna, con mucha diferencia, es la región que rodea a su polo sur: y dentro de ella se llevan la palma lo que, medio en broma y medio en serio, los astrónomos llaman las rayas de tigre de Encélado. Antes de hablar de ellas, aquí tienes lo que creo que es la mejor foto que te vas a llevar de aquí hoy –el color está ligeramente exagerado para distinguir mejor el azulado de las rayas de tigre–. Me quedo sin palabras:
En la foto puedes ver todo de lo que hemos estado hablando: regiones antiguas cubiertas de cráteres, surcos, dorsales, planicies jóvenes y, en la parte de abajo, bellísimas e imposibles de ignorar, las cuatro rayas de tigre paralelas del polo sur. Como te puedes imaginar, cuando Cassini las descubrió en 2005 los astrónomos se quedaron patidifusos, y pusieron los instrumentos de la pequeña sonda a examinar esas fracturas en profundidad. Afortunadamente, entre otras cosas la sonda dispone de un espectrómetro que es capaz de determinar la composición química de aquello que mira con bastante precisión.
El resultado probablemente no te sorprenderá: la composición del hielo es ligeramente diferente al de la superficie “normal” de la luna, y los cristales de hielo son de mayor tamaño que en la parte de nieve pulverizada. Por eso su color es distinto y más azulado, aunque en la foto se haya exagerado aún más. Dicho con otras palabras, la parte central de cada raya no ha estado expuesta a la constante precipitación de nieve en polvo del anillo E más que unos pocos miles de años –un parpadeo en términos astronómicos–, lo que significa inevitablemente que proviene del interior del satélite.
Además, el espectrómetro de Cassini ha detectado allí compuestos orgánicos simples que no existen en ninguna otra parte de Encélado y que son el resultado de temperaturas más altas que las que existen en la superficie de la luna. Pero no hace falta que supongamos esto, porque lo sabemos con certeza: midiendo la longitud de onda de la radiación emitida por la superficie de Encélado, Cassini ha podido determinar la temperatura de cada parte del satélite, creando un mapa térmico.
Aquí tienes ese mapa térmico superpuesto con las rayas de tigre del polo sur. Las zonas blancas llegan hasta unos -93 °C, lo cual puede parecer muy frío, pero es tórrido comparado con las zonas grises sin resaltar, que están a unos -200 °C en esta foto:
Más claro, agua, ¿no? Para más seguridad, los penachos volcánicos que has visto antes provienen justo de estas cuatro cicatrices. Sin embargo, no se trata de volcanes normales como los de Ío: la temperatura no es suficiente ni de lejos. Dicho de manera más técnica, Encélado presenta criovulcanismo, es decir, algo así como “volcanes fríos” (más parecidos a géiseres que a volcanes propiamente dichos), que no escupen lava ni nada tan caliente, sino agua y materiales volátiles. Pero, por fríos que estén, se trata de emisiones de material caliente del interior de la luna, lo cual no deja lugar a dudas sobre su actividad geológica interna.
Las rayas no tienen siempre la misma estructura: parecen abrirse cuando Encélado está más lejos de Saturno, según los movimientos tectónicos tienden a separar las placas que terminan en ellas, y a cerrarse según la luna se acerca al gigante. Por lo tanto, los penachos volcánicos se producen más a menudo cuando Encélado está lejos de Saturno. Si eres un viejo del lugar, dado que sabes más planetología de lo que te crees, este dato debería bastarte para deducir la causa de este criovulcanismo.
Es, naturalmente, la misma que producía el calor interno de Ío y Europa: las fuerzas de marea. Como dijimos antes, la órbita de Encélado es elíptica y se mantiene gracias a la resonancia con Dione, y este continuo alejarse y acercarse a Saturno hace que la fuerza gravitatoria deforme ligeramente la luna en cada ir y venir, calentando su interior por fricción. Ahora bien, estas deformaciones no son tan intensas como en el caso de Ío, con lo que la temperatura alcanzada no es tan grande, pero sí suficiente como para mantener “vivo” el interior de Encélado, quebrar su superficie y escupir penachos fríos por esas grietas tigrescas.
En una de las pasadas de Cassini sobre la superficie del satélite tuvimos la enorme fortuna de que se produjese una erupción casi a la vez, de modo que la sonda atravesó el penacho volcánico (¡qué imagen mental!) y sus instrumentos pudieron determinar la composición del penacho – sí, Cassini dispone de un dispositivo llamado Cosmic Dust Analyzer (analizador de polvo cósmico) que puede capturar y analizar material con el que la sonda entra en contacto.
¿El resultado? Los criovolcanes de Encélado emiten en su mayor parte vapor de agua, que se enfría según se aleja del volcán para convertirse en un finísimo polvo de hielo. Además de H2O Cassini detectó moléculas de nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, amoníaco y metano, además de sal común (NaCl) disuelta en el agua. En una segunda pasada en la que volvió a suceder lo mismo –Cassini atravesó otro penacho que estaba siendo emitido según pasaba la sonda– se detectaron, además de las moléculas de antes, propano (C3H8), etano (C2H6) y acetileno (C2H2). Si se te están poniendo los pelos como escarpias, bienvenido al club.
La primera consecuencia de este constante emitir de agua con “impurezas” puedes verla en la imagen del eclipse solar de Saturno: el anillo E ha sido escupido por Encélado a lo largo de cientos de millones de años. Irónicamente, según la propia luna atraviesa el anillo va siendo cubierta de nuevo por él, de modo que la espesa capa de nieve en polvo que la cubre es una especie de “reciclaje” del propio Encélado según el hielo vuelve a casa unos cuantos millones de años más tarde.
Una segunda consecuencia es que Encélado posee una atmósfera extremadamente tenue, emitida por sus propios criovolcanes. Naturalmente, una masa tan pequeña como la de la luna no puede mantener una atmósfera estable, y las partículas escapan constantemente al espacio –de ahí la existencia del anillo E–, pero dado que se emiten más penachos constantemente, la tenue atmósfera siempre está ahí, fundamentalmente compuesta por vapor de agua. Sin embargo, no es uniforme ni constante: aunque la presión atmosférica es casi inapreciable, es mayor cerca del polo sur, y mayor justo después de cada erupción de los géiseres de las rayas de tigre.
Dado que no hemos posado ninguna sonda sobre la superficie nevada de Encélado, ni mucho menos excavado bajo su superficie, no sabemos exactamente lo que hay allí. Sin embargo, Cassini ha pasado varias veces lo suficientemente cerca de la luna como para medir las desviaciones de su trayectoria debidas a la gravedad de Encélado, con lo que conocemos su masa –y su volumen, pues hemos medido sus dimensiones con mucha exactitud–. En consecuencia sabemos que Encélado no es una masa de hielo y nieve, como otras lunas saturnianas: su densidad es de 1 600 kg/m3, un 60% más que el agua.
Por lo tanto, Encélado debe tener un interior rocoso. La hipótesis más aceptada es que ese interior rocoso es el primer responsable de que Encélado esté inusualmente caliente por dentro: donde hay roca suele haber isótopos radioactivos de distintos elementos, cuya desintegración gradual calienta el interior del objeto, como sucede en el caso de la propia Tierra. Naturalmente, a esto hay que añadir las deformaciones gravitatorias debido a la órbita elíptica de Encélado, pero la deformación gravitatoria por sí misma no sería capaz de elevar tanto la temperatura –Mimas, por ejemplo, está geológicamente muerta y sin embargo sufre tirones gravitatorios más intensos que Encélado–.
Las expulsiones de agua con sal disuelta nos hacen incluso sospechar que podrían existir grandes bolsas de agua salada en el interior de la luna, ya sea en forma de océano bajo el hielo y la nieve –à la Europa– o dentro de cavernas rocosas incluso a mayor profundidad. Desgraciadamente, aún no hemos enviado misiones capaces de determinar si existe agua líquida en el interior o no.
La posibilidad de que existan esas grandes bolsas de agua salada, junto con la detección de moléculas orgánicas sencillas como las que hemos mencionado antes, hacen que Encélado sea** uno de los pocos lugares del Sistema Solar en los que podría existir vida**, aunque fuese muy simple. No es un candidato tan fuerte como Europa, pero sí lo suficiente como para que esté en nuestro punto de mira para futuras misiones de exploración. El problema es el de siempre: el dinero. Dos misiones competían hasta 2009 para obtener la prioridad de la NASA y la ESA, una destinada a explorar Europa y la otra a hacer lo mismo en Encélado y Titán… y ganó la de Europa. La otra no ha sido descartada, pero tal como están las cosas veremos cuándo se produce.
Y el caso es que, si somos racionales, Europa tiene más sentido. No sólo es una sospechosa más probable de albergar vida, como dijimos al hablar de aquel satélite, sino que además está muchísimo más cerca de la Tierra que Encélado, con lo que la misión duraría mucho menos y sería más barata. Además, en el caso de Europa nuestras sospechas sobre la existencia de un océano bajo el hielo son mucho mayores que en el de Encélado.
Siguiendo con esta racionalidad, ¿tendría sentido establecer bases en Encélado, o tratar de colonizarlo? Seguramente no. No es que la luna no tenga puntos a su favor, como la inmensa cantidad de agua que contiene… pero hay mejores candidatos en el subsistema saturniano, fundamentalmente por dos razones.
Por una parte, Encélado es geológicamente activo. Sí, puede que sus volcanes no sean como los de Ío, pero recuerda que la superficie de Encélado es hielo cubierto de nieve: de vez en cuando, el suelo se movería literalmente bajo nuestros pies. Sería necesario tener un cuidado extraordinario con la localización de cualquier base, e incluso así no podríamos estar seguros de que no hubiera peligro. Saturno no es precisamente parco en satélites, y muchos otros –como el propio Mimas del que hablamos en el artículo anterior, aunque haya otro inconveniente para él– contienen enormes cantidades de H2O pero son geológicamente inertes.
Por otro lado, aunque no esté tan cerca de Saturno como Mimas, Encélado sigue estando muy próximo al gigantesco planeta. Esto significa, por un lado, que es energéticamente muy caro abandonar Encélado, no tanto por su propio pozo gravitatorio –que es minúsculo, ya que la aceleración de la gravedad sobre su superficie es de tan sólo 0,11 m/s2–, sino por el del propio Saturno. Es mucho más rentable, para aprovisionar misiones, detenerse en lunas más exteriores que ésta, ya que muchas otras de allí fuera también contienen mucho hielo de H2O.
En resumen, que hay suficientes lugares posibles para establecer una base con abundancia de agua (y, con ella, hidrógeno y oxígeno) pero que son geológicamente más estables y están más lejos de Saturno como para que el pobre Encélado no sea un buen candidato. Sólo habría una cosa que lo cambiaría todo, naturalmente: que descubriésemos vida microscópica en él, ya que la luna dejaría automáticamente de ser “una más” para convertirse en una obsesión para nosotros… pero para eso, antes, debemos estar seguros de que hay agua líquida en su interior. De modo que nos hace falta paciencia. Qué fácil es decirlo, ¿verdad?
En la siguiente entrega de la serie, una luna muchísimo más atractiva como posible base que Encélado pero, por las mismas razones, bastante menos interesante y bella que ésta: Tetis.
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Pedro Gómez-Esteban González. (2009). El Tamiz. Recuperado de: https://eltamiz.com/el-sistema-solar/