Inventos ingeniosos – El lápiz
Iniciamos hoy una serie nueva - Inventos ingeniosos. Está muy bien hablar sobre los secretos últimos del Universo, pero también es interesante preguntarse por cosas más cotidianas, para cambiar de aires de vez en cuando. En esta serie hablaremos de inventos interesantes (la verdad es que casi todos lo son), de por qué las cosas que damos por sentadas son como son, de las personas que las inventaron, cómo evolucionaron hasta la forma de hoy, etc.
Sé que puedes ser escéptico al principio y pensar, Pedro, ¿vas a hablarnos del lápiz? Eso no es exactamente fascinante… _Bien, te pido que tengas paciencia: por un lado, estos artículos responden a la misma necesidad que los de los agujeros negros o los neutrinos - el mirar a nuestro alrededor y preguntarnos por qué las cosas que hay a nuestro alrededor son así y cómo funcionan. No siempre hubo lavadoras, y hubo alguien que inventó la primera, lo mismo que el semáforo, el papel higiénico o el lápiz. ¿Te has preguntado alguna vez quién lo hizo, por qué son así? La necesidad de saber _por qué y cómo es la misma, se refiera a la cuántica o al teléfono. De modo que está bien alternarlos.
Por otro lado, aunque suene pretencioso, confía en que puedo hacer interesante al lápiz, porque creo que puedo. De hecho, he querido empezar la serie con un objeto sobre el que, aparentemente, no hay mucho que decir para demostrar que los inventos son fascinantes prácticamente todos. Si al acabar de leer el artículo piensas que el lápiz es un objeto aburrido y su historia anodina, me como el sombrero. Creo, por el contrario, que aprenderás algo nuevo y entenderás mejor el mundo que te rodea - sí, los lápices también cuentan. Desde luego, si no os parece interesante, la serie se interrumpe y punto - hay muchas cosas de las que escribir.
Dicho todo esto, empecemos con el invento que estrena la serie - el lápiz.
Hubo un tiempo en el que no había lápices. La gente que escribía (que, por cierto, eran muy pocos) utilizaban muy diversos sistemas para escribir: los sumerios cortaban juncos y afilaban la punta para escribir en sus tablillas de arcilla (que luego cocían). Los romanos usaban el stylus de plomo con punta afilada para escribir sobre tablillas de cera: algunos de ellos tenían la parte de atrás redondeada para poder alisar de nuevo la cera y “borrar” lo que habían escrito.
También se usaba el stylus sobre papiro o pergamino, pues el plomo “mancha” el papel con una marca negruzca. Desgraciadamente, los romanos no sabían que el plomo es un potente veneno, pero de eso hablaremos en otro artículo de esta serie. Por supuesto, todos los pueblos de la antigüedad usaron la tinta desde muy pronto (fue inventada en China hace unos 5,000 años), de modo que la escritura, para las pocas personas que la practicaban, estaba resuelta.
Por lo tanto, no había una necesidad de inventar nada parecido al lápiz - como muchos otros inventos, fue el producto de la casualidad. Además, no fue inventado por ninguna personalidad importante, ni siquiera fue originalmente una herramienta de escritura ¡sino para marcar ganado!
Imagina la siguiente escena: Inglaterra, alrededor del año 1500. En una zona de Cumbria, de valles verdes y rebaños de ovejas, unos pastores descubren un gigantesco depósito de grafito de una enorme pureza y solidez. Desde luego, ellos no lo llaman grafito: ese nombre no llegará hasta 1789, de la palabra griega graphien, “escribir”. En 1500, esa roca negruzca y brillante parece algo similar al plomo, de modo que en la época lo llaman plumbago, “mena de plomo”, y también plomo negro.
Curiosamente, el stylus romano también estaba hecho de plomo, y hoy en día, en los países de habla inglesa, sigue llamándose a la mina de los lápices “plomo”, a pesar de que sabemos que el grafito nada tiene que ver con el plomo. De hecho, incluso en español la palabra “lápiz” viene del latin lapis, “piedra”, y la palabra “mina” también hace referencia al origen mineral del grafito.
En cualquier caso, los aldeanos se dan cuenta de que los trozos de esa roca tiznan las cosas fácilmente de modo que, por supuesto, encuentran una enorme utilidad para ella: utilizan el plumbago para marcar sus ovejas. Pronto, el rumor de esa misteriosa roca que pinta se extiende por Cumbria, luego por Inglaterra y, finalmente, por el resto de Europa. Los artistas europeos están muy interesados en la sustancia.
Hoy sabemos, naturalmente, que el grafito no es más que átomos de carbono asociados en una especie de mallas hexagonales mediante enlaces covalentes. ¡Nada que ver con el plomo! Estas mallas no están unidas unas a otras del mismo modo, sino sólo mediante débiles enlaces de van der Waals, de modo que si se frota grafito con algo, las finas mallas hexagonales se “pelan” y se deslizan unas sobre otras, quedando pegadas al material sobre el que se frotan. Por eso el grafito pinta.
No se ha encontrado nunca en el mundo otro depósito de grafito de la calidad del de Cumbria: normalmente no es posible coger un trozo de grafito y pintar con él, porque suele estar mezclado con otras sustancias y, además, es muy blando y se deshace. Incluso el grafito de Cumbria era demasiado blando, pero los pastores lo envolvían en piel de oveja o enrollaban cuerda alrededor para evitar que se deshiciera en la mano. Ni qué decir tiene que el grafito casi puro es muy, muy negro y mancha muchísimo, además de ser poroso - nada que ver con nuestros lápices de ahora.
Durante tres siglos, Inglaterra mantiene el monopolio del plumbago: sus lápices cuadrados se venden por toda Europa (y se seguirían fabricando igual hasta 1860), y aunque otros países tratan de purificar el grafito, lo que obtienen es un polvo fino, no los palos sólidos de los ingleses, de modo que se ven obligados a seguir comprándolos.
Sin embargo, el dominio inglés terminaría cuando, en 1662, los alemanes consiguen mezclar grafito en polvo, azufre y antimonio para crear unos palos similares a los de los lápices ingleses, aunque de inferior calidad. Los alemanes, como los ingleses, siguen envolviendo los palos en tela, cuero o cuerda para que no se deshagan. Como puedes imaginar, no son herramientas de escritura muy precisas y son bastante grandes (el cuero o la cuerda no son suficientemente resistentes como para hacer lápices delgados).
El desarrollo internacional del lápiz continuará entonces en Italia: una pareja de carpinteros, Simonio y Lyndiana Bernacotti, ahuecan un trozo de madera de enebro y meten el grafito dentro. Poco después, alguien aún más ingenioso que ellos inventa el método que usamos hoy en día: tomar dos mitades con un surco en cada una, poner el grafito dentro y luego pegarlas juntas. Estos lápices son mucho más manejables y finos que los anteriores.
Pero la composición de las minas de los lápices de hoy tendría que esperar hasta 1795, una vez más debido a los azares de la historia: en plenas guerras napoleónicas, Francia no disponía de lápices. Al estar luchando con prácticamente todo el mundo, ni los ingleses ni los alemanes se los vendían. De modo que Nicholas Jacques Conté, un oficial de Napoleón, desarrolla un sistema propio para producir minas: mezclar el polvo de grafito con arcilla y luego cocer la mezcla en un horno, el sistema que seguimos utilizando hoy, con algunas mejoras. De hecho, Conté es una marca comercial que siguen utilizando muchos artistas.
Hoy en día, la mina de los lápices se sigue fabricando, como hacía Conté, con polvo de grafito y arcilla. Se estira la mezcla formando una especie de fideos largos y luego se cuece. Pero la mezcla es porosa, de modo que se introduce en aceite o cera, que entra en los poros y produce una escritura más suave. Luego se ponen los “fideos” dentro de surcos cortados en una tabla de enebro o cedro (en los lápices de buena calidad), se pone otra tabla igual encima, y finalmente se corta en trozos para formar lápices individuales.
Todos los lápices modernos tienen alrededor de un 5% de cera, pero variando la cantidad de arcilla y grafito se pueden hacer más negros y blandos o más duros y claros - la gradación_ Black (B) / Hard (H)_ que usamos hoy en día. El lápiz normal y corriente de escritura es HB, Hard-Black, en el punto medio de la escala y tiene un 68% de grafito. Un lápiz muy duro, como un 9H, tiene sólo un 41% de grafito, mientras que uno muy negro, como un 8B, tiene un 90%.
De modo que el lápiz, producto de la casualidad, ha pasado de ser un marcador de ganado (uso en el que no tuvo un éxito prolongado, probablemente porque las inclemencias del tiempo borrarían las marcas) a ser una herramienta barata y casi universal, que permite corregir la escritura, no depende de un depósito de tinta, dura mucho más que otros sistemas de escritura y no depende tampoco de la gravedad para que la tinta baje.
Por cierto, corre por ahí una leyenda urbana acerca de la NASA gastando millones en desarrollar un bolígrafo que escribiese en ausencia de gravedad y los rusos utilizando un lápiz…esto es mentira. Ahora mismo, en la ISS, los astronautas utilizan lápices, lo mismo que los pastores de Cumbria del siglo XVI.
__________
Créditos: Pedro Gómez-Esteban González. (2009). El Tamiz. Recuperado de: https://eltamiz.com/